miércoles, 10 de junio de 2015

Sierra Nevada, como agua de mayo “Laguna de las Yeguas-Lagunillos de la Virgen”

No todas las primaveras son iguales en Sierra Nevada, e incluso podría decir que no hay ninguna igual. No todos los años acumula la misma nieve la montaña, no todos los años llora su deshielo en el mismo tiempo. El calor, la falta de lluvia o todo lo contrario, diversifican cada año un paraje en distintos paisajes para contemplar.





Esta primavera ha sido de un deshielo precoz, las chorreras no rugen como otros años, los borreguiles se encuentran a más altitud de lo habitual, así que el esfuerzo de la subida valdrá la pena.





Vamos subiendo, ascendiendo lentamente hacia un destino incierto, dejando atrás lo cotidiano, lo inverosímil de una vida contra reloj, olvidaremos por unas horas un estrés artificial que la montaña ignora. Vaciaremos el sonido de nuestros oídos y saciaremos de silencio nuestros ojos, nuestro calma.




A casi 3000 metros, encontramos el único ojo de Polifemo, tal vez Ulises escondió en su odisea aquel ojo de cíclope antes de su incansable regreso a Ítaca. La Laguna de las Yeguas bien podría ser este elemento homérico fingiendo ser un bello lago perdido en las alturas.



Sobre el lago, la nieve aún domina el terreno, hay años que la umbría de los Tajos de la Virgen, perpetúan el blanco hasta bien avanzado el verano, dejando entrever pequeñas lagunas, elemento líquido del deshacer del invierno. En esta ocasión, aún perdura la nieve y el hielo, aunque comienza a dibujarse un paisaje de lagunillos que en semanas estarán completamente definidos.






Damos marcha atrás, comenzamos un descenso de altitudes al igual que un descenso de tesituras hacia la vida diaria, hacia esa jungla de cemento y asfalto ordinario. Antes dejaremos otra vez la bella imagen de Las Yeguas y desde las alturas desistiremos al frío para enfrentarnos a las altas temperaturas de nuestros niveles usuales. Nos quedan algunas chorreras y la flora tardía de la alta montaña. Comenzamos nuestra odisea singular con la particularidad de desear pronto embarcarnos hacia otras aventuras.







“La montaña me habla
me grita, me susurra
me merce en su dulce cuna
me abre puertas de esperanza
me atrae y distrae, me sueña
y me cuenta, me recoge
me arrulla, me canta.
Dice mi nombre o lo esconde
me dobla, me desgrana.
La montaña soy yo
cuando quiere la montaña,
y si no,
no soy nada.”
 Miguel Ángel Cañada 


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